sábado, 7 de abril de 2012

Gata Sombra

Corrió, corrió y corrió.

¡Al fin a encontrarse con los suyos!

Los leones estaban en lo alto de las rocas, protegidos por los miembros inferiores de la manada.

Delante de ellos había una gigantesca criatura alada, que olía a humo y carne quemada.

Llamo a su familia, a cada uno por sus nombres y nadie contesto, nadie volteo.

Los mayores estaban preocupados por proteger a una criatura deforme con retorcidas alas, que olía a humo añejo.

El joven se pavoneaba, expectante por la batalla, sin alejarse demasiado de su hermana, que observaba todo con ojos de aburrimiento.

Intento una y otra vez, y obtuvo la misma respuesta.

Nada.

Decidió buscar otro lugar y encontró a los lobos.

Estos también miraban hacia el norte.

Los llamo y voltearon sus cabezas hacia donde estaba.

Ella avanzo para unírseles en su colina, pero una muralla de ramas, espinas y flores los rodeaba.

Aguardo que ellos le indicaran el camino para acercárseles, no lo hicieron.

Como no mostrarle por dónde pasar, no implicaba que no la quisieran con ellos, intento la hazaña igual.

Dio un paso, otro y otro y otro, hasta que una espina se le clavo en el pecho.

Un gemido se le escapó, al tiempo que la sangre brotaba de la herida.

Los lobos ni se inmutaron, miraban al cielo, donde el trueno y el relámpago, anunciaban la tormenta.

Se alejo entre los árboles, buscando un lugar para refugiarse del agua, del frió, de “ellos”, que venían a tomar las tierras de los lobos, para apropiarse poco a poco, de la vida de todos.

Los sitios para esconderse se habían acabado, las alianzas estaban selladas y las puertas de las fortalezas cerradas.

Estaba sola en el medio de la lucha.

Sola y con mucho miedo.

Era el momento de pelear su propia guerra.

Era el momento de sacar las garras.

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